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Foto del escritorElvis Flores

El otro virus LAS FAKE NEWS Y SU PODER DE MANIPULACIÓN

Quizá usted en este preciso instante esté leyendo en las redes sociales que ha fallecido su artista favorito, o que en Wuhan encontraron una mariposa con rasgos de satanás (aunque nadie lo haya visto), o que en algún lugar descubrieron la medicina que mata al corona virus, o que, al menos, ya se tiene la vacuna para prevenirlo, o que personas fallecidas se dan la gran vida en otros lugares, o que tras la caída de un meteorito llegan los extraterrestres, etc. Y quizá también esté tentado, si es que ya no lo ha hecho, a compartir en sus redes sociales estas noticias.


Sin embargo, en lo que usted no ha reparado es que este tipo de noticias forma parte de las llamadas fake news o noticias falsas, por su nombre en inglés. Estas noticias falsas se crean o se recrean a partir de hechos trascendentales y de actualidad con el claro objetivo de desinformar, manipular, confundir a las personas u originar falsas expectativas. Sin duda, sus creadores tienen intereses mezquinos, pues esas noticias les pueden dar fama y poder a costa de la inocencia de los lectores.


El medio de difusión más utilizado son las redes sociales debido a la inmensa cantidad

de personas que acceden a ellas, desde los distintos grupos etarios y estratos sociales: niños, jóvenes, adultos, ancianos, ricos y pobres, con estudios o no, casi todos tienen una cuenta en Twitter, Instagram, Facebook, etc. Y este medio es muy eficaz, pues un gran porcentaje de usuarios lo utilizan de modo irreflexivo, confundiendo hechos con opiniones y certezas con falsedades.


Bastan pocos minutos de navegación por las redes sociales para comprobar la cantidad de noticias falsas que circulan por ellas. Lo más lamentable es el comportamiento compulsivo de muchos usuarios que dan me gusta o me encanta a todo lo que encuentran en las redes sociales, y hasta comparten estas noticias sin verificar si la fuente es confiable o no. Y en este punto no hay distinciones por nivel cultural porque hasta los mismos profesionales caen en esta cadena de propagación.


Lo curioso es que las noticias falsas se difunden con mayor facilidad y rapidez que las verdaderas. Si se observa la cantidad de veces que se ve o comparte una noticia falsa se comprobará que supera ampliamente a las noticias verdaderas. Esto se debe en gran parte al sensacionalismo, a las emociones que una noticia falsa o falseada puede ocasionar en los destinatarios; y, además, al desmedido afán de protagonismo y de ser el portador de la primicia, o sea, aparecer como el primero en dar a conocer ese gran “descubrimiento”.


Por otro lado, el nivel de influencia es tan alto que la gente da más credibilidad a la noticia falsa que a la verdadera. Y esto es así porque en las redes sociales se replica lo que sucede en nuestra vida cotidiana: la prevalencia de la “bola” o el chisme sobre los hechos reales. Las personas no le creen al vocero oficial sino a lo que le dice el vecino; no confían en el médico sino en el vendedor de cebo de culebra; no creen en el periodismo serio sino en la farándula, etc.


De esto precisamente se valen los operadores de ciertas empresas o grupos sociales para desestabilizar, generar pánico, alarmar, dar golpe bajo a la competencia o denigrar al contrincante. Es lo que sucede cuando se difunden noticias falsas sobre el carácter nocivo de ciertos productos o sobre el accionar de personajes públicos, especialmente cuando se trata de campañas políticas. Bajas pasiones e intereses mezquinos, sin duda, conviven entre las bambalinas en este gran teatro de la falsedad.


Pero no es culpa de las redes sociales. Las personas somos las únicas responsables de la proliferación de las noticias falsas o falseadas. De nosotros depende si las difundimos o no. Creo que haríamos bien si antes de compartirlas reflexionamos sobre ellas y verificamos la confiabilidad de las fuentes, especialmente, en este escenario de corona virus, en el que se muestran medicinas y vacunas por todos lados, a pesar de que la comunidad científica aún no las ha descubierto. Es necesario, pues, que discriminemos lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil, lo cierto de lo dudoso, lo confiable de lo no confiable. Así evitaremos el pánico o las falsas expectativas que deterioran nuestro estado emocional.



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