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  • Foto del escritorElvis Flores

CHACAS: Una experiencia que educa para el trabajo

Una accidentada carretera acompañada de quishuares que, vista desde la Punta Olímpica hacia cualquiera de las pendientes, parece una interminable serpentina, nos conduce al valle de Chacas, situado en la provincia de Asunción, a casi seis horas de Huaraz, en la región Ancash. El viaje es agotador debido a los permanentes desniveles de la trocha, que originan en los pasajeros movimientos involuntarios e incontrolables al interior del vehículo. Sin embargo, quien se anime a pasar tal sacrificio quedará plenamente recompensado por la maravillosa vista que ofrecen sus verdes altiplanicies, sus imponentes nevados y sus bosquecillos que ascienden caprichosamente de sus hondonadas.

El pueblo es fácil de imaginar. Sus casas están distribuidas regularmente alrededor de una plaza de armas que ostenta en sus esquinas tallados de piedra con motivos de la zona. No hay un solo árbol o pileta como habría de esperarse, pues el amplio terreno, según los mismos pobladores, es utilizado como plaza de toros en la fiesta patronal. La vocación cristiana de la comunidad emerge por todo lado, desde la sencillez de los balcones hasta la sobria arquitectura de su iglesia, en cuyo interior se aprecia un gigantesco mural que representa la comunión entre los miembros de la parroquia.


Sin embargo, no es la andina geografía o la hospitalidad de sus habitantes lo que particulariza a Chacas. Es, sobre todo, la pujanza de su juventud y la perseverancia de sus dirigentes lo que impresiona al espíritu más escéptico. Es profundamente gratificante observar cómo este pueblo ha logrado abrir las puertas del mercado internacional mediante la exportación de sus tallados en piedra y madera. Resulta más gratificante aún cuando se comprueba que en esa zona no hay madera o piedra requeridas para ese tipo de trabajo, sino que las transportan desde la selva o desde otros pueblos alejados de Chacas, respectivamente.


Cuando uno visita los talleres de vitrales o de tallados que ostenta la comunidad de Chacas, no deja de preguntarse: ¿Cómo un pueblo que no tiene madera es capaz de producir majestuosas réplicas de vírgenes y cristos en tamaño real?, ¿cómo han logrado que sus productos se exhiban en los mejores escenarios del Perú y del mundo? y ¿por qué otros pueblos que tienen los recursos a la mano no lo han hecho? Indudablemente, la labor que ha desempeñado el padre Hugo de Censi es encomiable y ha logrado transmitir a todos los chacacinos su mensaje de fe y de optimismo, acudiendo a ese viejo adagio que reza: “enseña a pescar, no des el pescado”.


Lo más impresionante de esta experiencia es su sostenibilidad en el tiempo, gracias a los niveles de organización que han alcanzado. Hoy, la sabiduría adquirida de maestros nacionales e internacionales, se viene transmitiendo de unos a otros, y todos los interesados tienen la oportunidad de laborar en la Cooperativa San Juan Bosco, promovida por la parroquia del padre Hugo, o de formar su propia empresa. Así, un pueblo que, tradicionalmente se dedicaba a la fabricación de ollas de barro, las mismas que intercambiaban con los productos de la cosecha; hoy se ha encumbrado como uno de los más prósperos de los que se enclavan entre la cordillera de los andes.


Esta es una muestra de cómo el espíritu emprendedor se sobrepone a la falta de recursos, a la ausencia de máquinas sofisticadas, a la distancia y otros pretextos en los que, en muchos de los casos, se refugia el pesimismo y la desesperanza. Sin embargo, nada es fortuito en esta empresa, todo está debidamente planificado y organizado, el trabajo se realiza según las inclinaciones de cada uno, hay talleres de especialización promovidas por la parroquia, desde la escuela se van formando los futuros artesanos y cuando estos adquieren la maestría suficiente ponen su experticia al servicio de los demás y, lo más importante, tienen un puesto de trabajo que los espera en los talleres de la Cooperativa.


A más de 5000 metros de altura, aunque el corazón se agite a cada paso y el aire se

haga cada vez más escaso, uno piensa en lo que la escuela nos ofrece para solucionar los problemas de nuestra cotidianidad. ¿De qué nos sirven las fórmulas abstractas si no nos facilitan la distribución de los canales de regadío?, ¿de qué vale aprender taxonomías si ellas no remedian los males del ganado?, ¿por qué aprender reglas ortográficas si no solucionan los problemas de comunicación? En suma, ¿por qué asimilar y repetir contenidos que no nos preparan para la vida? Creo que tenemos el reto, de una vez por todas, de devolverle el sentido a la escuela, de hacer trascendente y significativo lo que ofrecemos a los niños y jóvenes del país, de tal modo que respondan creativamente a las exigencias de su entorno.


En este contexto, la educación para el trabajo adquiere su real dimensión, en la medida que desarrolla capacidades para el emprendimiento, para buscar soluciones allí donde hay problemas, para hacer empresa allí donde otros solo ven carencias. Ese es el rol de la escuela: formar una generación de jóvenes que piensen en dar antes que en recibir; que no se desanimen por la falta de recursos, sino que los generen; que sepan qué hacer con lo poco que puedan tener sus comunidades y que saquen el máximo provecho en su relación con las demás. Pero este no es un esfuerzo aislado, que se pueda lograr sólo creando un espacio para promover el trabajo. Considero que desde todos los espacios educativos y desde todas las áreas curriculares se puede contribuir para potenciar las habilidades laborales.

Desde la matemática, por ejemplo, se necesita adquirir conocimientos para hacer presupuestos, balances económicos, cálculos porcentuales, medidas de terrenos o materiales. Se requiere aplicar fórmulas para la cubicación de la madera, para obtener costos de bienes y servicios, para la interpretación estadística en el estudio de mercado, para realizar proyecciones, entre otras exigencias del mundo laboral. En comunicación, se necesita desarrollar las capacidades comunicativas para facilitar la relación empleado-empleador, hacer gestiones diversas, elaborar informes, redactar proyectos, publicitar productos, comprender y dar instrucciones, llegar a consensos, entre otras habilidades.


La historia y las ciencias sociales permiten conocer las distintas formas de relación social y laboral que han existido y existen en el tiempo y sus vínculos con las tradiciones y la identidad propia de cada comunidad. De este modo, se entiende y se respeta las tecnologías tradicionales como una potencialidad y no como un obstáculo ante el avance científico y tecnológico. Esto se vincula con el área de Ciencia, Tecnología y Ambiente, que nos ayuda a comprender la calidad de vida para un adecuado desempeño laboral y las condiciones de higiene y de salud que debe reunir un centro de trabajo. La ciencias naturales nos llaman la atención sobre el cuidado del ambiente, el uso de tecnologías y recursos que no afecten el equilibrio ecológico, y nos proporcionan valiosa información sobre la relación de los fenómenos atmosféricos con el mundo del trabajo.


La educación por el arte aporta su cuota de creatividad para buscar formas novedosas de decir y hacer las cosas, para salir de lo rutinario y otorgar valor agregado a los productos. Ayuda en el proceso de marketing y promoción de los bienes y servicios, los hace atractivos sin perderlos requisitos de comodidad, salud y economía. La religión nos da fortaleza para creer en algo, para vivir con esperanza, para tener fe en lo que hacemos y para compartir lo que tenemos. La educación cívica nos hace mejores ciudadanos, nos hace recordar que tenemos deberes que cumplir como clientes, empleados o empleadores, pero que también tenemos derechos a los que no debemos renunciar. La educación física nos hace entender el funcionamiento orgánico del cuerpo y cómo éste contribuye a la obtención de un mejor desempeño laboral. Y así, podríamos seguir mencionando cómo toda la escuela, desde diferentes perspectivas, desarrolla la capacidad emprendedora de los jóvenes.

No afirmo que en las escuelas de Chacas se esté produciendo esta suerte de vasos comunicantes entre áreas curriculares ni que esto haya sido requisito indispensable para que alcancen los logros obtenidos hasta hoy. En todo caso, habría que preguntarse, ¿cuánto de lo que la escuela les brindó a los chacacinos, les sirvió efectivamente fuera de ellas? O, en forma más precisa, ¿cuánto de lo que sus maestros les enseñaron les valió para diseñar, construir, promocionar o comercializar los magníficos tallados y vitrales que producen? y, finalmente, ¿habrían obtenido mejores logros si desde la escuela hubiesen desarrollado sus potencialidades para ejecutar los diversos procesos de producción de bienes y servicios?


Estas reflexiones se hacen más obsesivas en la medida que uno desciende por la angosta carretera y desde abajo, conforme se va llegando al llano, de regreso a Huaraz, se observa los nevados de la Punta Olímpica empinándose sobre el alto cielo, y tratando de sobreponerse al inevitable manto de la noche. Entonces, se siente el deseo infinito de tener algo entre las manos para participar a todos de esta altísima experiencia que enorgullece a los chacacinos.

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